viernes, 15 de agosto de 2008

La historia de su cabello

Desde que tengo memoria en el frente de mi casa hay un banco de hormigón, bajo la sombra de un hibisco. Sólo de grande me di cuenta de la hermosa sencillez de ese lugar.
Siempre al llegar de la escuela me sentaba en el banco a mirar la gente que pasaba, a charlar con algún vecino o a esperar que salieran los otros niños de sus casas para jugar. Sacudía mis pies, que aún no tocaban el piso, en un eterno vai-ven con puntillas y "guillerminas". Entre la gente que cruzaba, la más esperada e infaltable era ella.
Nunca supe su nombre, lo que conozco de ella es un trozo de su historia.
Era una mujer de estatura baja, llevaba un sobretodo negro y botas en cualquier estación del año. No sé que edad tenía, para mí era una viejita. No recuerdo muy bien su rostro, pero nunca olvidé su cabello.

El largo era algo parecido al infinito, lo que saltaba a la vista era que no se lo peinada, era una maraña de cabellos grises, una rasta gigante, un nido enorme que se extendía hacia un costado y era sostenido por su brazo. No se podía definir a dónde comenzaba o a dónde terminada cada pelo, formaban un bucle gigante donde el comienzo podría ser el fin.
Su figura me causaba cierto temor, el cual escondía mi curiosidad por aquel personaje callejero que todas las tardes caminaban por la calle Doctor Anollés.
La historia que la abrazaba era triste, de esas que se encuentran por ahí. Lo que se cuenta es que tenía una única hija que murió, y desde entonces esa mujer pasó a habitar otro lugar, dejó de peinarse, su ropa siempre pasó a ser la misma, su vida cambió para siempre.
Pero lo más sorprendente para mí siempre fue su pelo y como ella cargaba esa maraña a un costado, sobre el brazo, como si fuera un niño. Sí, ella llevaba los brazos en la posición de quien acuna un bebé, pero en lugar de un pequeño sostenía a su cabello.
El punto que unía a su realidad con la mía era una vereda pero cada una vivía en su universo. Para mí ella era la enigmática mujer, la loca de todos los días. Yo para ella no era nadie, no creo que jamás me haya mirado, no creo que sus ojos miraran a este mundo.
Durante algunos años ese extraño ser fue parte de mi cotidianeidad. No sé bien cual fue el día en que dejé de verla, pero nunca más la vi pasar.
Lo que años más tarde me contaron los vecinos es que terminó en el hospital de la cuidad, rotulada como loca, otra de esas “viejas locas”. Lo que también me contaron es que al llegar al hospital los enfermeros intentaron cortarle el cabello, hecho casi imposible, ya que las tijeras se retorcían sin lograr arrancarle un mechón.
Luego de algunos días lograron por fin desprenderla de sus hebras de pelo y dicen que horas más tarde ella falleció.
Tal vez lo que no entendimos es que para esa mujer una vez más el mundo la desprendía de su hija, una vez más perdía parte de su vida. Tal vez lo que nos cuesta entender todos los días es que eso que llamamos locura está en cada uno de nosotros y es parte de nuestra ciudad.
Bete...