viernes, 21 de marzo de 2008

Vejez

“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas.”


Marguerite Duras
El amante



No es la primera vez. Hoy me vi desnuda frente al espejo. Me vi como dentro de cincuenta años. Eso fue hace unos meses.
En distintos momentos de la vida empezamos a ser lo que somos.
No somos más que memoria.
A los quince y medio, casi todos los días del año curricular, me detenía a ver cómo una compañera de clase que se sentaba delante, movía su pelo por el aire. Cómo sus manos, una y otra vez, llevaban de acá para allá esa lluvia-melena lacia y marrón, cayendo y subiendo, hasta convertirse en una cola de caballo. Recuerdo que, luego de presenciar ese ritual, dedicaba algunos segundos a pensar por qué eso me llamaba la atención. Me gustaba. Y después de pensar eso, lo que hacía era pensar que ese hecho marcaría mi vida. El conjunto: observación, reflexión y conclusión; todo eso, marcaría mi vida.
Y ahora lo escribo. Tal vez tengo miedo de olvidarlo, y que deje de existir esa parte de mi.

Remo...

“La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie."

M.D.