miércoles, 28 de enero de 2009

fila y pellizcón

Cuando era chiquita en los paseos que hacíamos con mis compañeros y maestras del “jardín de infantes” (qué horrible suena), formábamos una fila larga, nos tomábamos de una piola y caminábamos cantando “Cincha poroto, uno atrás del otro…”

Siempre fui la más alta del grupo, por lo tanto mi lugar correspondía al final, muy allá al final de esa gran fila, generalmente al lado de algún varón. Durante dos años a mi lado, en cada salida, me tocó el mismo compañero, y aunque nos manteníamos separados por la piola, él encontraba siempre una valiosa oportunidad para pellizcarme el brazo, sin motivos, sin razones. Como nunca confié en las maestras, nunca conté nada, sólo lo insultaba con mi precario vocabulario de “malas palabras” y de vez en cuando le tiraba alguna patada por debajo de la piola, habitualmente sin éxito.

Creo que todo comenzó ahí…

Calor, gente, murmullo, ese calor abrazador de esa ciudad que yo y tú conocemos, incomparable, casi indescriptible.

Parada en una fila, mientras oía quejas que decían con fastidio que en este país hay que hacer fila para todo y sentía las gotitas de sudor bajar lentamente por la espalda, hasta perderse por ahí ...

Después de un largo rato, yo ya era casi la primera de esa enorme hilera, y decidí mirar hacia atrás, con esa mirada victoriosa, un poco burlona, de quien se siente campeón y quiere ver la cara de los perdedores…

Fue en ese vistazo sobre mi hombro, ese vistazo hacia atrás, cuando descubrí que estaba ahí parado. Él estaba justamente a tres pasos de mí, en realidad, a tres personas de mí. Como se puede esperar, no me vio, justo cuando me di vuelta él miraba al ventanal, parado casi de costado.

Pensé: “q mala suerte!!! “, También pensé:” qué bien le salió el plan de hacer q no me ve!!” Pensé en saludar, pensé en abandonar la fila para pasar por su lado, pensé, pensé, y mientras pensaba me comencé a pellizcar finito el brazo, y me lo seguí pellizcando por unos segundos hasta que... bingo!! Me iban a atender a mí!! Lo más esperado desde hacía cincuenta minutos , ahora era lo más inconveniente.

Fui resignada, y para variar, se perdieron algunos papeles en alguna montaña documental de algún archivo, y mientras me llenaban de preguntas yo intentaba mirar, encontrar…y mientras tanto también me seguía pellizcando el brazo.

Media hora después yo estaba fuera del murmullo, lejos de la fila, confundida con todas las palabras que había preparado para ese encuentro triunfal “yo- él” y que como siempre, ya todos sabemos, no sirvieron porque ni siquiera pudieron hacer el intento de salir de la cabeza. Pellizcón por pellizcón, miré un rato más afuera, hasta volví a entrar, pero no encontré nada, ni siquiera una misma camiseta verde como la suya que me devolviera por un segundo la esperanza.

Me sequé las gotas de la frente, respiré hondo y empecé a caminar. Las cuatro cuadras cortas

fueron largas como la rambla. Todo por tres personas que llegaron antes que él y después que yo a hacer esa fila, sin duda algo de la culpa es de ellas!

Pero ahora sí, decididamente me sumo a la queja por las filas. ¡¡Malditas filas que me causan moretones en el brazo!!


Beterraba...