viernes, 4 de abril de 2008

Devólvame

Tengo el cuerpo débil. Los brazos me duelen en la articulación del codo. Las piernas cansadas. No tengo ganas de comer. ¿Será porque he decidido dejar de alimentarme para morir de hambre? Hace días me picaban los ojos. Los refregaba y no pasaba nada. Y ahora no me cuesta nada llorar. Ayer me desperté, a mitad de la noche, y tenía lágrimas en las esquinas. Seguí durmiendo, convencida de que la picazón había sido una premonición. Qué supersticiosos podemos volvernos de vez en cuando...
Es patético escribir sobre la depresión. Deprime. Pero no me importa. Quiero cachetear a la depresión, a la tristeza, a la melancolía, y a la mar en coche. ¿Y quién es la mar en coche? ¿Es el mar en auto? ¿Y el mar es bisexual? No. El mar, la mar, no tiene ni sexo ni orientación sexual. Es un ser abstracto que se acaba de infiltrar en este texto. Quizás porque la mar estaba serena, serene estebe le mer.
Li mir istibi sirini mientras nosotros cantábamos canciones añejas, de niños, de cuna, canciones que fabrican nuestra vida. No es ninguna noticia el hecho de que vivimos dentro de un cuento. Pensar eso me saca algunos pesos de encima. De esa manera no me duele haber descubierto, un poco tarde pero no demasiado, que del primer cuerpo que debe enamorarse una mujer para poder amar, es del de una mujer. De esa manera no me duele ahora saber que no puedo sentir amor sin querer morirme al mismo tiempo; que no puedo abrazar sin que el tejido de cada uno de mis órganos empiece a desgarrarse; que no puedo ser feliz más de cinco minutos y medio por momento de felicidad.
Sentirme parte de una historia inmensa que alguien o algo (o yo) está escribiendo o escribió en alguna parte, me quita un poco el dolor de saber que nunca voy a poder decirles cuanto las quiero, que nunca lo van a saber; que nunca se van a enterar de la vergüenza que tengo de quererlas tanto. De los celos irracionales que se despiertan cuando veo cómo quieren a otras personas.
Creer que la vida que estoy viviendo no es en realidad mi propia vida, me permite no sentirme culpable por haber mirado a mi madre con pena y ahora querer decirle que es hermosa, más hermosa de lo que yo podría llegar a ser, pero me falta el coraje de decírselo.
Adherirme a la convicción de que nada de lo que me pasa me importa, me posibilita muchas cosas, por suerte, menos vaciar para siempre la cantimplora de agua salada que cuelga de mis ojos, tan diminutos, y que se derrama aunque no me mueva, aunque permanezca siempre en el mismo lugar. Y mucho menos me libera de la tentación de escribir sobre mi propia humillación. Lo único que me consuela es la ingenua creencia de que leer sobre las desgracias ajenas puede ayudarnos a sentirnos mejor con las nuestras.
Así que presto mis desgracias, pero por favor devuélvanmelas,
no puedo vivir sin ellas.
Remo.
(remo, remo, ¿pero llego a alguna parte?)

1 comentario:

Anónimo dijo...

devueltas...
Carne a carne,o tinta a tinta, como sea, te doy las mías